MILONGA
Sobre las mesas, botellas decapitadas de “champagne”
con corbatas blancas de payaso, baldes de níquel que
trasuntan enflaquecidos brazos y espaldas de “cocottes”.
El bandoneón canta con esperezos de gusano baboso,
contradice el pelo rojo de la alfombra, imanta los pezones,
los pubis y la punta de los zapatos.
Machos que se quiebran en un corte ritual, la cabeza
hundida entre los hombros, la jeta hinchada de palabras
soeces.
Hembras con las ancas nerviosas, un poquitito de espuma
en las axilas, y los ojos demasiado aceitados.
De pronto se oye un fracaso de cristales. Las mesas dan
un corcovo y pegan cuatro patadas en el aire. Un enorme
espejo se derrumba con las columnas y la gente que tenía
dentro; mientras entre un oleaje de brazos y de espaldas
estallan las trompadas, como una rueda de cohetes de
bengala.
Junto con el vigilante, entra la aurora vestida de violeta.
Sobre las mesas, botellas decapitadas de “champagne”
con corbatas blancas de payaso, baldes de níquel que
trasuntan enflaquecidos brazos y espaldas de “cocottes”.
El bandoneón canta con esperezos de gusano baboso,
contradice el pelo rojo de la alfombra, imanta los pezones,
los pubis y la punta de los zapatos.
Machos que se quiebran en un corte ritual, la cabeza
hundida entre los hombros, la jeta hinchada de palabras
soeces.
Hembras con las ancas nerviosas, un poquitito de espuma
en las axilas, y los ojos demasiado aceitados.
De pronto se oye un fracaso de cristales. Las mesas dan
un corcovo y pegan cuatro patadas en el aire. Un enorme
espejo se derrumba con las columnas y la gente que tenía
dentro; mientras entre un oleaje de brazos y de espaldas
estallan las trompadas, como una rueda de cohetes de
bengala.
Junto con el vigilante, entra la aurora vestida de violeta.
Buenos Aires, octubre, 1921
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